Archivo: Rancheras para Trump
- Clara Rodríguez Miguélez

- 27 ene 2020
- 5 Min. de lectura

Hoy se cumplen 75 años de la liberación del campo de Auschwitz-Birkenau y los recuerdos me buscan las vueltas. Recuerdo aquella visita, en noviembre de 2016, hace ya más de tres años, cuando pude palpar el horror atrapado para siempre en ese lugar pardo. Y lo escribí. En otro blog, poco después, hace ahora tres años. Allí quedó una visita agridulce, cruda, esperanzada, gris, necesaria. Para mí fue importante porque, a pesar de que el estilo, las expresiones y las elecciones pueden cambiar, aquel texto significaba una manera de fijar mis recuerdos, de asegurarlos bien. Igual que ellos los amarraron en grandes placas marmóreas, en varios idiomas, para que nunca, nunca nadie lo olvidase.
Luego ella también escribió sobre este día, con el tiempo. Noté en sus líneas el poso del tiempo, de la reflexión, también que miraba un poco como yo, que nos escuchábamos. Otros giros me decían que quedaba mucho por mirar, o que ella se había fijado en otros detalles. Hoy recupero mi particular crónica, la que escribí esa primera vez. Ahora haría mil anotaciones, hablaría de la soga, del muro con los agujeros de fusilamiento, del pelo y las maletas. Hay cientos de relatos más honestos y de primera mano que el mío, que al fin y al cabo lo conocí de visita. Quizás por eso me parece más honesto mostrar la que alumbré casi a vuelapluma, para todo el que quiera palpar sus virtudes y defectos tal y como fueron. Me he permitido sólo la licencia de añadir cuatro de las fotografías que tomé entonces, que también cuentan mucho. Son muy valiosas para mí y las tiré con el máximo respeto. Aunque me quedo con la sensación de que tengo muchos más recuerdos en la punta de los dedos. Puede que algún día también los cuente.
Rancheras para Trump
Katowice, 21 de enero de 2017
El día que Donald Trump ganó las elecciones en Estados Unidos fui a ver el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau.
La sola presencia de la callada piedra, surcada de recuerdos de gente asesinada, se imponía entre los grupos de turistas recorriendo sus senderos de tierra. La verja aún hoy reza “Arbeit macht frei” (El trabajo os hará libres). Los considerados aptos para el trabajo la traspasaban después de un viaje agotador. Los que no, eran liquidados sistemáticamente al poco de bajar de los trenes. El odio llevado al extremo y fanatizado en ideología extiende todavía, años después, su oscura sombra sobre el pueblo polaco convertido en grito de desesperación.

Y a pesar de que el simétrico campo de Oświęcim bajaba las revoluciones a cualquiera y encogía el corazón y el pensamiento, el día había comenzado acelerado.
No suena el despertador en la calidez de la habitación. Maldita sea, ¡no ha sonado el despertador! Hay demasiada luz para que sea temprano, y el tren se iba antes de las nueve. Mi móvil enseguida confirma: 09.04. Mierda. Y de entre las notificaciones destaca un mensaje que me salta a la cara mientras yo boto fuera de la cama.
Casi pierdo el equilibrio, pero voy corriendo hasta la puerta de mi compañera de piso y, por una vez, no llamo, sino que abro la puerta directamente. ¡Nos hemos dormido y Trump ha ganado las elecciones! Para llegar a tiempo sólo queda la opción del taxi.
Pero permitidme otro salto en el tiempo. Las fotografías miran desde los interiores de muros impávidos, aderezadas de rostros asustados o expectantes ante la cámara. Al principio, a modo de registro, los funcionarios hacían una foto de frente y otra de perfil a los que entraban en el campo de muerte. Un chico joven sonríe desde un muro plagado de “nuevos presos”. Tiene vida en los ojos, ilusión. Casi podría ser su foto de orla… si no estuviera rapado y en los harapos oficiales del campo. En 1942, tenía 21 años.

El inesperado margen de tiempo que nos concede el habernos dormido nos permite desayunar preocupadas y prepararnos despacio. Por un lado, el respeto y las emociones encontradas que nos produce la visita que vamos a hacer hoy. Por otro, el saber que el nuevo presidente de uno de los países más poderosos del mundo pivota sobre el desprecio en su discurso. Sabe que su postura irreverente y su lenguaje transgresor no le perjudican en las urnas, y ya lo dejó claro antes de las elecciones. “Podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos”.
“¿Por qué Donald Trump se ha hecho tan poderoso?”, me pregunto, mareando a unos cereales en el tazón. El lenguaje del miedo, del odio, resulta a menudo atractivo y se confunde con un rasgo de dominancia, de control y poder. Y es precisamente esa confianza en la imagen proyectada lo que suma apoyos para Trump, del que esperan que haga a América grande de nuevo.
¿Qué gracia tiene burlarse del periodista Serge Kovaleski (que padece artrogriposis, un síndrome que afecta a la movilidad de sus brazos) o de la actriz Meryl Streep porque no te gustó su discurso, Trump? O de quién sea. Se supone que has sido elegido para dirigir Estados Unidos, pero… ¿sabes ser más que un grotesco showman o nos llevarás a todos a la distopía del siglo?
La solución a nuestro ánimo de nubarrones se me ocurre en un arrebato. ¡Vamos a poner música de mariachis! ¡Que sí, que sí! Lo ponemos y nos sale una sonrisa sincera, un poco tensa aún, estrangulada por presagios pesimistas, pero contagiada de la fiesta de las rancheras con las que nos deleita YouTube. Hoy me acuerdo de después, ya en Navidad, de ese especial Fin de Año en el que José Mota parodiaba a Trump construyendo el muro de México como todo un experto de Bricomanía. A ventana abierta, acabamos de hacer las camas y de prepararnos completamente.

Catapultada de nuevo entre los recuerdos de aquel día, veo cómo el campo infinito de Birkenau muere una vez más con el crepúsculo, ajeno ya a tanto fallecimiento. De las casetas quemadas y los hornos sólo quedan algunas ruinas, y unas barracas supervivientes. En cada una de ellas se hacinaban unas cuatrocientas personas, que se distribuían en el suelo o se apilaban a distintas alturas. Fuera de la barraca, un grupo de visitantes israelíes ha estirado una bandera y entona un cántico. Por los que fueron, por los que serán, por lo que pudo haber sido.
Ayer Donald Trump tomaba posesión del cargo de presidente de Estados Unidos. Nos queda recordarnos unos a otros, como a cielito lindo, que cantando se alegran los corazones. Crucemos los dedos: ojalá todo acabe saliendo bien esta vez. Pero tendremos que empezar a poner de nuestra parte, ¿no?
(Para leer más de esta época en Polonia pincha aquí)



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