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Ucrania

Actualizado: 5 mar 2019

Ucrania, a menos de un mes de sus elecciones, sigue inmersa en un conflicto civil e internacional focalizado en el Este

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Fotografía: Ministerio de Defensa de Ucrania, 12 de enero de 2017. Wikimedia Commons.


Clara Rodríguez Miguélez



Esta es la historia de una guerra. Una guerra presente. Una guerra civil e internacional en una articulación fundamental para Europa, a nivel estratégico, estructural y coyuntural. Esta es la historia de una sociedad rota y de dos países en lucha por sus intereses. Este relato también habla de nacionalistas, de separatistas, de observadores. Habla de afinidad con Rusia y de lazos con la Unión Europea. Si se atreven a no dejarla en el olvido, pasen y atiendan: bienvenidos a Ucrania.


Esta no es una historia de números, sino de nombres. Ania no llegó a saber nunca el de aquel niño muerto. Pero se le van las palabras intentando explicar lo que vio. “La revolución estaba ocurriendo a quince kilómetros de mi casa, en Kiev, y tanto mis padres como mis amigos estaban volcados en ayudar. Yo recuerdo que iba de aquí para allá haciendo té”, explica Anna Kryzhanivska en inglés, reflexiva. Su familia acogía a quien lo necesitaba y ella misma arrimó el hombro en la cocina del Maidán, una base improvisada en un edificio público en la que los manifestantes podían calentarse.

“Incluso allí, tan cerca, resultaba tan irreal… Me sentía como si estuviera viendo una película”, admite. El niño del que habla murió en los enfrentamientos, aunque su recuerdo permanece algo velado por el impacto que siente al intentar contarlo. Había flores. No se puede añadir mucho más sin añadir épica y sensacionalismo a sus palabras, o a la muerte.


En Ucrania, a fecha de 2001, casi un 78% de la población correspondía a la ‘etnia ucraniana’, según The World Factbook; seguida por una nada despreciable representación de un 17% de rusos y pequeños decimales que reflejan a bielorrusos, moldavos, crimeos o búlgaros, entre otros. A finales de 2013, el extenso país estaba a punto de entrar en guerra, y la Organización para la Cooperación y la Seguridad en Europa (OSCE) se convertiría quizás en la que mayor consenso reunió para permanecer sobre el terreno, eso sí, para mirar y tomar notas.


Por aquel entonces, Anna apenas tenía 16 años, y aunque ahora tan sólo han pasado los años suficientes como para que en la actualidad ella estudie un máster sobre Sociología y Urbanismo en Polonia, da la sensación de que han pasado siglos desde aquel Maidán que evoca.



El Maidán y todo lo que sucedió entonces



El Euromaidán constituyó un movimiento de protesta contra el presidente Víktor Yanukóvich ante la paralización de la firma del Acuerdo de Asociación con la UE, en noviembre de 2013. Fue llamado así por la plaza de la Independencia o Maidán, lugar de encuentro de las manifestaciones, en Kiev. Ese fervor pro-europeo fue rechazado desde el gobierno y, a la vez, comenzaron a hacerse patentes posiciones más afines a Rusia (el Antimaidán) o directamente separatistas, en la rica región del Donbass.


La represión del ejecutivo de Yanukóvich, que intentó obtener consenso parlamentario para restringir las libertades individuales y retomar el control del orden público, desembocó en un febrero sangriento que dejó más de cien muertos, tal y como resume Pilar Bonet para el diario El País La situación impulsó a los líderes políticos a llegar a un acuerdo: restitución de la Constitución de 2004 –más poder para el Parlamento- y elecciones anticipadas. Los manifestantes no reconocieron tampoco su autoridad.



“Cuando se acabó la revolución, llegó la guerra”



Yanukóvich escapó a Rusia, y, acogiéndole enseguida, el gigante vecino acusó a la oposición ucraniana de haber dado un golpe de estado. El siguiente movimiento en el tablero no se hizo esperar: Rusia orquestó un rápido referéndum en la península de Crimea a propósito de una unión con ella, validó el sí y se anexionó Crimea y Sebastopol. Actores como la UE alertaron de una violación de las leyes internacionales. El Parlamento Europeo, de hecho, escribió que la de Rusia contra Ucrania era una ‘guerra híbrida’ que incluía presiones económicas y medidas de desinformación.



Anastasiya Altukhova: "Eso era brutal, mandaban a jóvenes de 19 años a pruebas médicas y los metían en el ejército, sin experiencia, sin arma, como carne de cañón"

“Cuando se acabó la revolución, empezó la guerra”, resume Anna. “De repente tenías que elegir de qué lado estabas, señalar quién tenía razón y quién estaba equivocado. Algunos amigos míos fueron a luchar como voluntarios, y era aterrador, porque simplemente desaparecían”, explica, con rostro muy serio. Anastasiya Althukova, estudiante ucraniana de Relaciones Internacionales, nacida en el centro del país, en Belaya Tserkov (Blanca Iglesia), no lejos de Kiev, lleva 15 años en España pero se mantiene informada y en contacto. “Al principio tú encendías la tele en Ucrania y flipabas. Anuncios de ‘nos están atacando los rusos, son el enemigo, únete a la milicia’, muchísima propaganda”, asegura.


Habla, como Anna, del horror. “¿Antes? Eso era brutal, mandaban a jóvenes de 18, de 19 años, sin experiencia, sin arma, como carne de cañón”, comenta. “Mandaban a la gente a pruebas médicas y los metían en la mili”, completa, y aventura una idea clara al contar que un día, hablando por teléfono con su abuela, mencionaron ‘Moscú’ y sospechosamente se cortó la llamada.


Cuando el diario ABC vio venir la guerra, describió al ejército ucraniano como ‘una especie de Ejército ruso en miniatura’, con más capacidades que el de Georgia, pero aún considerablemente más pequeño que el ruso, con equipamiento parecido al de sus contrincantes pero de un mantenimiento muy dudoso.

Anastasiya tiene muchos relatos en los bolsillos, como la historia que una vez observó en las noticias, cuando devolvían cuerpos de los muchachos a casa, en Lviv, también conocida como Lvov o Leópolis. Un anciano lloraba enseñándoles cartas a los medios. Decía que su muchacho le había escrito que tomaba limonada y hierba porque no le daban ni munición ni comida.


Contagiadas por la rapidez de los acontecimientos en Crimea, los separatistas se concentraron en las óblast (provincias) de la región del Donbass, la más industrializada del país: Donetsk y Lugansk, situadas al Este. Emprendieron un camino independentista que desembocó en una mayor tensión de las posturas y radicalizó tanto a defensores como a detractores del Maidán y de la separación de Ucrania. Anastasiya habla de la matanza de Odessa, un episodio especialmente violento, y apunta a un reportaje de Paul Moreira, llamado La masque de la révolution.


En esa ciudad a orillas del Mar Negro se enfrentaron manifestantes pro y anti rusos, y los que se posicionaban en contra de Rusia acabaron por prender fuego a un edificio, y con él, a esos manifestantes prorrusos. ¿Radicalización del nacionalismo? Sin un análisis más profundo sólo se puede decir que hubo más de 40 muertos.


En marzo de 2014 se desplegó la Misión Especial de Observación de la OSCE, o Special Monitoring Mission in Ukraine (SMM). El objetivo es nada más y nada menos que contar lo que pasa con anotaciones e informes que hablan sobre armas ligeras, bombas o defunciones. Y no siempre pueden recogerlo, pues ellos mismos admiten que las restricciones, casi 2.000 en 2016 según su informe, van desde las propiciadas por zonas minadas o inseguras hasta las denegaciones de acceso. En cualquier caso, su trabajo es de recopilación de datos e información. “No corresponde a la SMM asesorar u opinar”, recalca por correo electrónico Dragana Nikolic-Solomon, jefa de la Unidad de Prensa de la misión.


La decisión 1117 proclamaba así su mandato:


El objeto de dicha misión consistirá en contribuir en todo el país, y en cooperación con las estructuras ejecutivas correspondientes de la OSCE y los entes pertinentes de la comunidad internacional (tales como las Naciones Unidas y el Consejo de Europa), a reducir las tensiones y promover la paz, la estabilidad y la seguridad, y supervisar y respaldar el cumplimiento de todos los principios y compromisos de la OSCE”.


Mientras, los acontecimientos no dejaron de sucederse. El 11 de mayo de 2014 los separatistas se habían hecho fuertes en Donetsk y Lugansk y celebraron un pleibiscito en ambos territorios que dio lugar a la autoproclamación de sendas repúblicas independientes. Rusia evitó posicionarse firmemente al respecto: una dinámica de respeto sin reconocimiento explícito que, tras la falta de reconocimiento generalizada, mantiene a las provincias en un limbo político. La guerra en Ucrania, a día de hoy, se mantiene principalmente en torno a la demarcación de esos límites.


No obstante, a principios de 2017, el tema del reconocimiento cambia. Como difundió Colpisa, Putin firmó un decreto que legitimaba los pasaportes de las dos autoproclamadas repúblicas, que para Ucrania siguen siendo ‘provincias rebeldes’. Un gesto político que conlleva un reconocimiento implícito y que no cambia el aislamiento de las desgastadas provincias en el plano internacional, pero que sí ha azuzado la crispación entre Rusia y Ucrania, constantemente enfrentadas en disputas en torno al mar de Azov y en un clima gélido entre ambas, con gestos como la denuncia ucraniana del Tratado de Amistad con Rusia.


“No fui consciente de que realmente estaba teniendo lugar una guerra hasta como un año después del Maidán”, admite Anna. Ella y su familia habían acogido a un soldado algún tiempo, y mientras estaba en Polonia, lo reconoció en las noticias. “Necesitaba dinero para una operación porque había perdido la mitad del cráneo por el estallido de una bomba. Llamé a mi familia, impactada, para preguntar por él. Incluso aunque luego se recuperó, aunque empezó a hablar, a caminar de nuevo, aunque se ha casado… para mí fue el momento en el que me di cuenta de que la guerra estaba ahí y de lo seria que era”, confiesa la joven.


“Su recuperación fue milagrosa, pero comencé a preocuparme mucho más por mis amigos, empecé a escuchar y contar más sobre ello”, concluye. Para ella, su estancia en Polonia no era resultado de un desplazamiento, sino de una beca que resultó asegurarle estabilidad en sus estudios. Pero cuando volvía a casa unos días, Anna se iba a dormir con el sonido de las bombas en la lejanía, al menos en ese periodo. Otros no tuvieron tanta suerte, y migraron para huir de unas casas demasiado cerca de la línea de fuego.

La Agencia de la ONU para los Refugiados habla de dos millones de desplazados, y un millón de ucranianos que ha buscado asilo en alguno de los países circundantes. El Banco Mundial recuenta algo más de 942.000 personas que han huido del país entre 2013 y 2017.


La batalla del aeropuerto, los Acuerdos de Minsk y el MH-17 derribado


La batalla en el aeropuerto internacional Sergey Prokofiev, situado en la provincia de Donetsk, comenzó con la toma del mismo por las fuerzas de la República Popular de Donetsk (DPR), el 26 de mayo de 2014. Éstas se lo arrebataron a las del gobierno ucraniano en un rápido golpe. Era el principio de toda una serie de violentos enfrentamientos por el control de las instalaciones, que trajeron grandes destrozos y muertes, aunque no hay consenso respecto a las cifras. The Guardian hablaba de docenas ya al día siguiente. La contienda duró más de 200 días.


Junio de 2014 trajo elecciones en Ucrania y a Petró Poroshenko como nuevo presidente, pero el empresario no consiguió acabar con la guerra al este del país, a pesar de que la Unión Europea desplegó sus sanciones a Rusia o Estados Unidos acabaría por prestar financiación militar a Ucrania.


Sobre todo, en septiembre de ese intenso año se firmaban unos esperanzadores Acuerdos de Minsk. Estos tendrían su segunda parte en febrero del año siguiente: prometían teóricos alto el fuego y conciliación de las partes, siempre con la mediación de la OSCE. Era el que se llamó Grupo de Contacto Trilateral: Ucrania, Rusia y la OSCE. Curiosamente, Alemania y Francia se desmarcaban de su rol en la UE y se sumaron a los acuerdos con Ucrania y Rusia a título propio.


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Fotografía: Observadores en el lugar del accidente aéreo, 20 de julio de 2014. /OSCE



El 17 de julio, el vuelo 17 de Malaysia Airlines se estrelló en Donetsk como consecuencia del fuego de la zona de combate y murieron cerca de 300 personas, la mayoría de Holanda. Los informes de las investigaciones atribuyeron la causa del siniestro al derribo mediante un misil ruso. Los investigadores holandeses identificaron a la brigada del ejército ruso y a unas cien personas implicadas, informó EFE.


La inacción gubernamental y la falta de acuerdo fueron patentes: “La gente, con todo el sol del verano, se estaba pudriendo ahí, muerta, porque el gobierno ucraniano tampoco organizaba nada para recoger los cadáveres”, sentencia Althukova. “Vinieron tarde. Si la gente ha muerto, ten al menos la decencia de hacer algo, y si ha sido Rusia, muéstrate bueno como eres y ayuda”, lamenta.


No serían los únicos episodios bélicos. El Banco Mundial contabiliza 6.321 muertes producto de la guerra en Ucrania entre 2014 y 2017.



17.000 maneras de violar un alto al fuego



Los primeros días de noviembre de 2016 fueron los más oscuros de ese año para los Acuerdos de Minsk: en apenas una semana la OSCE registró 17.000 violaciones de los compromisos, en el brote más violento de repetidas infracciones, a pesar de que las partes aseveraran repetidamente que estos eran una necesidad común. ¿En qué se traducían estas rupturas? El uso de tanques, morteros o armas ligeras se vio acompañado ese año en 88 muertes y 354 heridos sólo entre la población civil.


“A mí lo que me molesta es que aquí, en ‘Occidente’, hubo un boom con Ucrania y luego se olvidó completamente”, apunta Anastasiya. “Los medios rusos, aunque a veces cuenten mentiras, siguen hablando de Ucrania”, comenta con sencillez.


En 2016 murieron en la guerra de Ucrania 88 civiles y hubo 354 heridos, según la OSCE. Entre 2014 y 2017, el BM cuenta 6.321 muertes

Ante un conflicto tan largo, la población parece desencantada respecto a las virtudes de la labor de la OSCE. Sí, sus registros son escrupulosos, pero no son una solución en sí mismos. Ya en 2016, el ministro de Exteriores ucraniano, Pavlo Klimkin, afirmó que la credibilidad de la OSCE sólo sobreviviría en Ucrania si se acababa con la “ocupación rusa” y la “desestabilización” del país.


“Hace dos años te habría dicho que las misiones de la OSCE eran lo más inútil del mundo: veías a la gente sufriendo y ellos sólo podían mirar, estaba enfadada porque no veía movimiento”, cuenta Anastasiya. “Luego te das cuenta de que es una misión de observación, informan, y eso es lo que pueden hacer”, añade, en una concesión a sus funciones, y reconoce su papel en los Acuerdos de Minsk. Ania no se muerde la lengua: “Rusia ha usado armas prohibidas y ha roto los acuerdos de Minsk, y la gente sabe que la OSCE lo ha visto, pero no ha hecho nada más.”


La Unión Europea y la ‘guerra del gas’


La situación es compleja: los actores implicados tienen capacidades y competencias desiguales y dependen entre sí. Se puede apreciar esto en los intentos de la Unión Europea, que permanece a favor de la integridad de Ucrania y en claro rechazo a la anexión de Crimea, por terminar con el conflicto. Además de mantener sanciones económicas y restrictivas en general, en diciembre de 2014 desplegó su propia misión de paz, la EUAM, destinada a dar apoyo a las autoridades del estado para asegurar un perímetro civil libre de violencia.


No obstante, por aquello de su brillantez como proyecto de integración pero su escasa operatividad política militar (ya se sabe, como ponía en relieve la frase aquella que acuñó el economista Mark Eyskens, en la que definía a la UE como “un gigante económico, un enano político y un gusano militar”), la UE mantiene un ojo puesto en los recursos venidos de Rusia, de los que es más que dependiente.


En 2006, pasaba por Ucrania el 80% del gas ruso con destino a Europa. Con la puesta en marcha del gasoducto Turk Stream a finales de 2019, que une a Rusia y a Turquía por el Mar Negro con vistas a distribuir en el continente europeo, el gigante eslavo puentearía a Ucrania como punto clave, pues cambiaría la ruta y retomaría el control de la maneta. ¿Pueden países como Alemania o Italia poner muchas trabas al que asegura su calefacción en invierno, a pesar de la existencia del gaseoducto del norte?



El ‘plan Sadjik’



El estancamiento de la situación experimentó a finales de enero de 2019 un inesperado bamboleo debido a una polémica propuesta del representante especial de la OSCE para el Grupo Trilateral de Contacto, Martin Sadjik. El periódico austríaco Kleine Zeitung publicó una entrevista exclusiva al director ejecutivo de la OSCE en Ucrania bajo un sugerente titular: “Tenemos un nuevo plan para resolver la crisis ucraniana”.

La mecha prendió rápidamente y otros medios se hicieron eco. El plan proponía involucrar a la ONU en el conflicto, en acción conjunta con la OSCE, tanto en el despliegue de la SMM, como en la realización de elecciones locales y en el desembarco de una administración transitoria. Además, en esta línea se añadía la creación de una agencia de reconstrucción a cargo de la UE.


No obstante, el día 30 Martin Sadjik se desmarcaba públicamente de una solución que no fuera la acordada en los Acuerdos de Minsk. Kiev y Moscú no parecen ver con buenos ojos esa iniciativa, ni siquiera Donetsk y Lugansk aceptarían algo así.



Diálogo, geografía e idioma



Anastasiya ha viajado a su tierra en dos ocasiones desde que comenzó el conflicto, en 2015 y 2017, y recrea un panorama de familias que han roto relaciones. “El panorama cambió, porque la gente no es tonta: cuando llevas cuatro años de conflicto y te mueres de hambre no te cuadran cosas, piensas que la culpa de todo no la pueden tener los rusos, la gente se relajó y ya se podía sentar a hablar en una misma mesa”, relata, entre sus propios recuerdos.


“Comprendí que se había llegado a algún tipo de diálogo, porque antes de eso no lo había. Mis padres han perdido amistades de años y años por tema político”, desvela, y ahonda un poco en su historia personal. “Nadie es objetivo, pero mi padre lleva sin ir a Ucrania desde 2015 sólo por eso, porque ha perdido a gente, porque le duele, porque no lo soporta, le cabrea o no puede ver eso”.


Intereses, desinformación y desestabilización son términos recurrentes en un vistazo a los medios. Tanto Rusia como Ucrania son en general cautas y muy sensibles en la imagen que proyectan y respecto a las intervenciones, y de hecho Anastasiya y Anna no se ponen de acuerdo respecto a la utilidad de la ayuda humanitaria de Rusia, por ejemplo. La primera joven defiende la gestión de la situación de Rusia- aunque reconoce que no es una colaboración exenta de interés- y critica las suspicacias del régimen ucraniano a recibir ayuda. Ucrania, finalmente, abrió corredores humanitarios de facilitados por la ONU en septiembre de 2014. Para Anna, la ayuda de Rusia es sólo una compensación insultante, un modo de mostrar una cara positiva, de enseñar que “aunque esté matando a la gente, manda comida”.


Puede que la clave esté en la propia historia de Ucrania, en las posibilidades en su relación con la Federación de Rusia y la Unión Europea y en sus puntos comunes con cada una, así como en la existencia- o ausencia- de una identidad propia, con sus distintivos. “Ucrania siempre ha sido parte de los intereses de otros, pero como territorio se define como frontera, una frontera entre la Europa del Este y la del Oeste”, define Anna.


Anna Kryzhanivska: "Hay muchas personas que empiezan a hablar ruso, como si fuera más ‘guay’. Es vergonzoso cómo eso mata la lengua ucraniana, que es preciosa"

Ucrania se independizó en 1991, así que es un estado joven con un bagaje tanto eslavo como occidental. Mientras que la Rus de Kiev hizo de la capital ucraniana la ‘primera de las ciudades rusas’, la Horda de Oro (tártaros) sólo dominó en parte de su territorio, la oriental, junto a algunos principados rusos. “Yo no entiendo cómo puede pasar desapercibido un conflicto así, aunque sólo sea geográficamente”, se asombra Anastasiya, “¡está en el centro de Europa y es un país enorme! Más grande que Alemania y además puente entre Asia y Europa”, recapitula.


Ese rol secundario en el propio devenir de su historia ya lo expresaba el primer presidente de Ucrania al hablar de los dirigentes ucranianos. “Buscan a alguien con quién unirse”, afirmaba Leonid Kravchuk. “Las personas de nuestro país son diferentes, hablan el idioma del dominador. Durante 70 años eso se ha grabado a fuego en sus mentes.”


Quizás por eso el lenguaje es un elemento importante. “Ucrania es un país muy complejo”, asegura Altukhova, y habla de territorios que han pertenecido a Polonia e incluso de milicias colaboracionistas con los nazis, y de una relación tan estrecha con Rusia que podría entenderse como hermandad. “Ucrania no es un país que esté unificado, ni siquiera existe la lengua ucraniana ahora, porque la encuentras en literatura, en poetas… pero el idioma más hablado es un dialecto llamado surzhyk que es una mezcla entre el ruso y el ucraniano”, destaca. “Yo nací en Ucrania pero me considero eslava, que es un concepto más amplio, porque Ucrania tenía un puesto muy privilegiado dentro de la URSS”, afina. “No es que tengamos que unirnos a Rusia, pero es que somos familia.”


La visión de Kryzhanivska da el contrapunto. “Las posibilidades con Rusia son convertirse en parte de Rusia”, disiente, con gesto apenado. “Exacto, el surzhyk no es la lengua ucraniana, es una mezcla. Hay muchas personas de pueblo que cuando se mudan a las ciudades empiezan a hablar ruso, como si fuera más ‘guay’. Es vergonzoso cómo esto está matando a su idioma original, cómo mata la lengua ucraniana, que es preciosa”, relata ella. “Tenemos una cultura diferente y tenemos que estar orgullosos de ella”.



Las elecciones del 31 de marzo: ¿y ahora qué?



A pesar de la guerra, y con un estado de emergencia recién cerrado, las urnas lanzan un nuevo reto. Cuando todavía no se han apagado las tensiones que levantaron las revalidaciones en el cargo de los líderes separatistas de las autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Lugansk, llegan las presidenciales. Ucrania no quiere observadores rusos en sus elecciones, y ha comenzado un pulso contra Rusia en el que la OSCE se posiciona a favor de la legitimidad de que el país miembro mande a dos expertos. De nuevo la OSCE se juega su prestigio: esta vez, su credibilidad ante Rusia, que le manda el ‘ultimátum’ esta vez, pues a mediados de febrero el viceministro ruso de Asuntos Exteriores, Grigori Karasin, ha advertido de que si no convenciera a Kiev “el prestigio de la organización y sus normas sufrirán un daño irreversible".


Desde que Yanukóvich huyó y comenzó la guerra, la mayor parte de políticos han mirado a la UE: “El panorama electoral está siendo gracioso”, ironiza Anastasiya, “tenemos a Poroshenko, que es un presidente multimillonario y que ha tenido fábricas en Rusia hasta 2017; a Timoshenko, que ha estado en la cárcel por motivos políticos; a un cómico empresario y a un hombre que era de la agencia secreta ucraniana. Es decir, un multimillonario, una expresidiaria, un cómico y un agente secreto”, recapitula. La agencia de noticias Xinhua describía al principio de la campaña un clima caracterizado por la desconfianza de los votantes y una competencia feroz, que comparará sus cifras de participación con las anteriores elecciones presidenciales, en 2014, que tocaron con los dedos el 60%.


Ania hace hincapié en la información. “Es muy importante empezar a analizar la información: en Ucrania las noticias siempre promocionan a algún político, así que resultan bastante ideológicas, y la gente no imagina ni reflexiona más allá de la televisión”, opina.


Ucrania da la sensación de un dominó sin continuación posible, pues cada ficha y movimiento se vuelve más complicado que el anterior. ¿Solución para Donetsk y Lugansk? ¿Qué va a pasar con Crimea? Nadie tiene respuestas de momento. Pero puede que algún día Anna y Anastasiya se conozcan y sepan comprenderse. Y quiera el futuro que no haya cinco años más de guerra, que esa conversación sea sólo una de las muchas que reconstruyan tanto dolor y tanta muerte. Quiera el tiempo que las partes consigan engrasar de nuevo a Ucrania, la bisagra que mantiene unida a Europa.





 

© 2019, Clara Rodríguez Miguélez. Creado con Wix.com

Fotografía panorámica de inicio: Petr Shelomovskly.

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